Por muy lejos que nos remontemos en la historia de la humanidad, siempre encontraremos pueblos que ya conocían las grandes propiedades de la arcilla, la tierra y el barro, y los empleaban como remedio. Hoy en día, la medicina convencional los emplea frecuentemente bajo formas y nombres diversos para el tratamiento de múltiples enfermedades.
La arcilla es muy eficaz para calmar toda clase de dolor, detiene la proliferación de los microbios y las bacterias y favorece la reconstitución celular sana. Por este motivo, es particularmente eficaz en casos de distorsiones, luxaciones y golpes, así como en todos los casos de ulceraciones estomacales. También está especialmente indicada para el tratamiento de afecciones como la gota, la arteriosclerosis, la diabetes, las enfermedades de la sangre y de la piel, del hígado, de los riñones, etc.
La medicina convencional, que tan ferozmente se opuso a tantos tratamientos naturales, empieza a reconocer que la arcilla es un elemento de un extraordinario poder de absorción del mal, cuya radiactividad naturalmente equilibrada, presenta un auténtico poder que trasmite fuerza y vitalidad al organismo enfermo.