Peter Winston es un joven periodista estadounidense que vive con la ilusión intacta de quien tiene toda la vida por delante, hasta que los azares del destino se conjuran y, en un corto período de tiempo, no sólo pierde su trabajo en el Chronicle, sino también a su novia y el favor de su mejor amigo. En un intento de darle un giro a su existencia, Winston decide alistarse voluntario en una brigada especial del Ejército británico para luchar contra la Alemania nazi. Destinado en el norte de Francia, en un punto de la famosa línea Maginot –una zona guarecida por fortificaciones–, y atenazado por el tedio y la espera, pues, aunque la guerra se había declarado, hubo largos meses sin enfrentamientos
–período conocido como drôle de guerre–, un buen día, movido por un impulso ecoterrorista avant la lettre impregnado de ingenuidad e idealismo, decide adentrarse en tierra de nadie para sembrar algunas semillas de flores a lo largo de las empalizadas defensivas. Justo al dar por concluida su personal ofensiva de primavera, solo y desarmado, es cuando comienza el ataque alemán. En su huida, tratando de ponerse a salvo, se tuerce un tobillo, la metralla lo alcanza y va a parar al enorme cráter de un obús.
Como en su anterior novela, Un caballero a la deriva (Periférica, 2023) –en la que planteaba una coyuntura más bien abstracta, a diferencia de ésta, que sitúa en un escenario muy cercano, aunque ficticio, a la realidad de sus contemporáneos–, Lewis vuelve a colocar a un hombre solo frente a la inmensidad de su destino, tesitura a la que lo aboca un suceso fortuito y casi banal. Alternando planos narrativos entre el pasado de Winston en Estados Unidos y su presente en esa tierra de nadie en la que las horas corren inexorables, el autor nos ofrece una pequeña fábula sencilla y absolutamente vibrante sobre el absurdo de cualquier guerra y el sentido de la vida.