«No es casual que esta historia llegue a sus vidas. Significa que están preparados para entender que ningún copo de nieve cae en el lugar equivocado», nos dice el narrador, que ha empezado a trabajar como plomero. De camino a la casa de un cliente que asegura oír ruido de agua en una pared —una fuga fantasma, porque no hay rastro de humedad—, se detiene ante la cristalera de un centro cultural en el que hay una exposición. En la sala vacía, la artista descuelga uno de sus cuadros y hace algo inaudito. La artista se llama Clara, y el narrador queda atrapado por esa acción, que será el inicio de una historia de amor y dependencia con límites torturantes. Al mismo tiempo, el protagonista descubre los turbios tejemanejes de la cúpula del gremio de plomeros, en el que acaba de ser admitido.
Al frente del gremio, que se reúne en el bar Platón, está el poderoso Ventura. Y entre el amor no correspondido y las corruptelas destapadas, se precipitan una sucesión de acontecimientos tal vez inauditos en los que intervienen un mentor moribundo llamado Ovidio, un Porsche, una maquiavélica crítica de arte llamada Renata Walas, un ataúd alquilado, un hijo con ganas de venganza, un serrucho telescópico y la fiesta popular del pastelito.
Liviana y profunda, esquiva y sólida, hilarante y seria, esta novela singularísima, que despliega un escurridizo y delicioso sentido del humor, nos lanza algunas preguntas trascendentales: ¿qué es el arte? ¿Cuál es su misión? ¿Cómo podemos darle sentido a la vida? ¿Qué es el amor? ¿Lo que nos sucede es fruto del destino o de la casualidad? ¿Hay una lógica en el azar?
La autora, fascinante rara avis literaria, nos plantea un juego nada inocente que se pone en marcha desde el paradójico título.