Con Augusto acaba la República y se inicia el Imperio. Acaba el mundo antiguo y la civilización romana se hace universal, así comienza el mundo moderno.
Con el Imperio, la ciudadanía acabará dejando de ser un privilegio de una minoría opresora, a un derecho de nacimiento que integrará a todos por igual, y las viejas ciudades-estado como Atenas, Esparta, Cartago, o más tarde Roma, serán sustituidas por el concepto de nación.
El censo de Augusto fue el instrumento que operó esa revolución silenciosa sobre la que pivota indefectiblemente nuestra civilización occidental: la ciudadanía universal, con la nación como garante de los derechos y libertades inherentes a esa ciudadanía.
Y mientras esos gigantescos avances jurídicos y políticos, que cambiaron el mundo para siempre, empezaban a ponerse en marcha en tiempos de Augusto, en uno de los pueblos más alejados e insignificantes del Imperio, en Belén de Judea, nacía la primera persona de la que tenemos constancia histórica que formó parte de ese primer censo de Augusto: Jesús de Nazaret. ¿Casualidad?