Fede no acaba de tener claro cuál es su género. A veces se siente niño, a veces niña y, otras veces, ni una cosa ni la otra. Fede no tiene amigos. Los compañeros de la escuela se burlan, y se preguntan cómo debe de acabar su nombre: ¿Fede-rico o Fede-rica? Pero todo cambia con la llegada en la clase de una niña nueva, Marta. Los dos fundarán «el club de los que tienen pocos amigos pero esperan tener muchos más».