53 segundos, desde el momento en que te diste cuenta de que el propulsor se había bloqueado hasta la colisión contra el suelo. ¿Estabas de verdad concentrado en las soluciones concretas en esos 53 segundos a 1500 metros de altura? ¿Mirabas los indicadores de control? ¿Cuántos pilotos militares habían caído en Suiza aquel año? Siete. Tú sin embargo habías prometido volver. Habías prometido llevar a la niña al parque mientras ella estudiaba para diplomarse. Para partir contigo, con la niña. Costa de Marfil, habían decidido. Habías prometido más niños, muchos niños. Pero hay 53 segundos entre tú y los futuros niños de ustedes, entre tú y la niña existente, entre tú y el África, entre tú y Gérard de Nerval y Albert Camus, entre tú y la Cantata 51 de Bach, entre tú y Toledo y Salamanca, entre tú y la agenda de 1959 y la de 1961. Meiringen, el cantón de Berna, la tierra de tu madre bajo tus pies, tus ojos. ¿Cuánto tiempo hay en los 53 segundos que te separan de tierra? 53 segundos a 6 kilómetros de la pista y ya habías perdido el contacto radial. Un pasado breve y un futuro que dura aún hoy, todo concentrado allí, en 53 segundos repletos hasta el tope de decisiones por tomar debido a la detención del propulsor que de golpe incrusta todo el tiempo a disposición en un embudo de espacio que en cierto punto termina, aquellos 53 segundos que se dilatan en un tiempo infinito, un tiempo que sería irrelevante si no fuera por aquella distancia tan breve hasta el suelo.