«Estás demasiado seguro, luego estás equivocado»; y «en caso de conflicto entre fe y ciencia, desconfiad de la fe»: Eran algunos axiomas enseñados ya libremente, frente a un dogmatismo superado por el movimiento conciliar del Vaticano II. Es difícil imaginar la renovación que se estaba gestando al amparo del Papa Bueno, o Juan XXIII, decidido a poner al día la fe católica (aggiornamento, lo llamaba él) y
sintonizarla con la rápida evolución de la sociedad y los avances científicos. Sin embargo, al fallecer él (03/06/1963), su sucesor Pablo VI clausuró el concilio, reservando a su magisterio «infalible» los temas más controvertidos. Fue como un mazazo para la corriente más renovadora del clero, los laicos más comprometidos, los jóvenes, filósofos, teólogos y científicos en general.
Sonó como un «jaque a la fe», justo cuando se daba por hecho su plena armonía con la ciencia y la sociedad. Decepcionados, muchos sacerdotes optaron por abandonar su ministerio. Y, aunque un jaque no suele ser «mate», las iglesias se fueron vaciando de fieles y pasto-
res envejecidos.
Lejos de un sesudo ensayo sobre aquellos años tan revolucionarios, el lector se sentirá dentro de la clausura de un monasterio trapense, guiado por un relato ameno y asequible para todos. Más una hipótesis luminosa, como culmen de la evolución humana.