Cual columnas de un periódico inexistente a la vez que improbable, estos textos radiografían con ojos del siglo xxi lo que a muchos efectos no ha dejado de ser «la negra provincia». La mirada de un señor de Logroño recorre estas páginas con un fino costumbrismo punk, un poquito escéptico, un poquito desengañado, a la par que un poquito gruñón y bastante jovial.
En estas páginas, que bien podrían haberse titulado Memorias de un hombre florero, Bruno Belmonte hace gala de una escritura que sigue la estela de los grandes maestros del género, también publicados en esta casa: Julio Camba, Manuel Jabois y Pablo Martínez Zarracina.
«Morfológicamente, los señores de Logroño vienen al mundo ya cuarentones, tripudos y alopécicos. La barriga es, de hecho, su órgano más importante, el que concentra la mayor parte de sus funciones vitales y donde se toman, por supuesto, todas las decisiones relevantes que atañen a la persona en su conjunto. Debido a esto se encuentra en permanente estado de expansión, lanzada hacia sus confines como la materia cósmica; y cuanto más elefantiásicas sean sus dimensiones, mayor será la respetabilidad y rango del sujeto».