Rafael Altamira, uno de los grandes historiadores españoles del siglo pasado, publicó este breve y ameno ensayo inicialmente en México en 1950 con la intención de “ser lo más científicamente objetivo que cabe en Historia”. La obra plantea una aproximación psicológica al rey Felipe II, a su formación y a la influencia de los condicionantes generales que heredó; el resultado es sumamente útil para el conocimiento de un personaje y una época fascinantes y determinantes de nuestra historia. El lector encuentra aquí elementos para comprender mejor condicionantes y explicaciones de las grandes decisiones del rey prudente, de los aciertos y las limitaciones y contradicciones en las que se vio inmerso.
La búsqueda de objetividad y la adecuada contextualización siempre necesarias, lo son quizás más en lo referente a Felipe II, pues aunque el tiempo ha aportado dosis de “justicia histórica” a su figura, a menudo siguen existiendo importantes sesgos de fondo sobre su figura. Ello se debe a factores de diverso signo, pero en buena parte responden al arraigo en el imaginario popular -y en la historiografía- de lo que Arnoldsson llamó con acierto “la mayor alucinación colectiva de occidente” – la Leyenda negra en sus múltiples variantes-. En cualquier caso, persisten ciertos errores importados de una concepción de la Historia alejada de la objetividad que persigue esta obra.
El libro se completa con una transcripción de las Ordenanzas de descubrimiento y población promulgadas por Felipe II en Valsaín, una excelente síntesis de la filosofía aplicada por la monarquía española a la empresa de población de América. Las Ordenanzas son una pequeña obra maestra y una muestra inequívoca de la inteligencia que guio aquella empresa y del espíritu humanista imbuido en Felipe II por su formación. Buena parte del éxito del proceso asombroso de fundación de centenares de ciudades que llevó a cabo la monarquía hispánica en un territorio vastísimo y desconocido, a miles de kilómetros de la metrópoli, y en condiciones de extrema dificultad, se debe al contenido de esas Ordenanzas del rey Felipe.
La lectura de estas Ordenanzas, salvadas las dificultades que comporta la transcripción del castellano del siglo XVI, resulta conmovedora y reconfortante, pues son una pequeña obra maestra, heredera en parte del testamento de Isabel la Católica y de las Leyes Nuevas de Carlos I, y una muestra inequívoca de la inteligencia que guio aquella empresa y del espíritu humanista imbuido en Felipe II por su formación y por la influencia de la Escuela de Salamanca. En lo tocante a derechos humanos, hay en ellas un espíritu, manifiestamente ausente, cuando no opuesto, al de empresas colonizadoras coetáneas y otras muy posteriores conducidas por otros países.
El ensayo se cierra con una profusa bibliografía recopilada por Altamira, en transcripción no siempre ordenada, aportación útil en sí que obviamente requiere ser completada hoy por los estudiosos del tema, pero que refleja el inmenso afán de conocimiento y la capacidad de trabajo de este gran historiador cuya vida y obra merecen ser vindicadas. Esta edición quiere también contribuir a ello.