La admirable riqueza cultural y artística del Renacimiento esconde una desoladora miseria y aquella «edad de la abundancia» contrasta con una inmensa pobreza. Lejos de ser una broma o una pesadilla, la celebrada Utopía de Tomás Moro fue antes que nada un desafío insoslayable, pues proponía que ninguna sociedad merece tal nombre si tolera la miseria de un solo pobre. Rico y pobre explora la cuestión en ese libro de 1516 y en otros del escritor londinense para concluir con un esbozo de su vida a la luz de la pobreza como virtud indispensable y libertadora. He aquí un hombre afortunado que no fue indiferente ante el infortunio de tantos y que vio en la humanitas la virtud por excelencia que lleva a una constante atención y cuidado del prójimo. Inspirado por un cambio de actitud en su época, así como por su fe cristiana y la mejor tradición estoica, mostró una robusta preocupación sobre el tema subrayando el valor social que debe tener toda riqueza, tanto a nivel estatal como individual, destacando la grave obligación cívica de los ricos y la necesidad que tienen todos, ricos y pobres, de empeñarse en la práctica de cierto desprendimiento y generosidad si no quieren mermar su propia humanidad y fallecer en su avaricia. La percepción de la miseria había cambiado de tal manera que su remedio ya no podía estar en una u otra limosna en plazas e iglesias, sino en la acción bien pensada y perentoria de todo gobierno que se tenga por justo. Sir Tomás Moro, privilegiado desde la cuna y seguro en su trabajo profesional, vio la pobreza de tantos como un desastre social, pero uno que, al mismo tiempo, debería llevar a todo ser humano a ver en el desprendimiento y generosidad una excelencia o virtud que alumbra la «otra» libertad, y tan íntima y valiosa que en su caso brilló aun en la prisión y ante el horror de una muerte injusta y atroz.