Al menos los viejos cuentos empezaban bien, pero este ni siquiera eso. Desde el principio, una misteriosa maldición se cierne de modo inexorable sobre los personajes y, conforme evoluciona el relato, su omnipresencia desconcierta al propio lector.
Cuando Tonio Vocel desaparece –¿víctima de un secuestro, retenido, hui-do, suprimido...?–, la policía, incapaz de descifrar correctamente los numerosos indicios que se le presentan, no hace más que dar palos de ciego. Los amigos de Tonio toman cartas en el asunto, pero también ellos, por poco que se acerquen a la verdad, serán presa del escurridizo asesino. Con todo, el humor sigue reinando en el libro.
El lector tiene, asimismo, la oportunidad de probar su ingenio, ya que la solución, a la vez inasible y evidente, ocultada con esmero y sin embargo malévolamente simple, jamás desvelada pero siempre expuesta, está ante sus ojos. ¿Acaso sabrá verla? ¿Conseguirá dar con el autor de este caos? En realidad bastaría con que descubriese a...