Pocas cosas han excitado más la curiosidad humana que los objetos fabricados por culturas lejanas o extrañas. En las galerías de los museos se acumularon y clasificaron toda suerte de artefactos o curiosidades indígenas en un intento por comprender y representar el mundo y las culturas que lo habitan. Sin embargo, el proyecto que el coleccionismo moderno inauguró hace ya varios siglos ha sido puesto en tela de juicio recientemente. Aquellos objetos, antes exhibidos bajo el indiscutible amparo de la ciencia, la nación o el interés por todo lo humano, comenzaron a ser contemplados como enajenados, malinterpretados o expoliados. Desde esta perspectiva, el coleccionismo no habría sido un intento por comprender el mundo, sino una consecuencia del intento por dominarlo. Muchos han sido los museos de antropología que se han visto obligados a acometer profundas reformas. Y pocos los objetos indígenas cuya posesión o exhibición no se haya revelado incómoda o al menos problemática. Aquí y allá diferentes comunidades indígenas reclaman un patrimonio del que se consideran herederas. En este libro se estudian dos contextos tan dispares como los de México y Nueva Zelanda para observar cómo diferentes grupos culturales han recuperado su patrimonio, convirtiéndose así en cronistas de su historia y curadores de sus propios museos.