Hace quince años, cuando llegué a vivir a Barcelona, compartí piso con dos porteños. Yo nunca había estado en Buenos Aires, pero conocía profundamente su geografía literaria. De pronto, todos aquellos nombres de calles, de barrios, de lugares emblemáticos, la ciudad imaginada en la que yo había paseado tantas veces a través de novelas, cuentos y poemas, se volvió el escenario de anécdotas rememoradas por mis compañeros y sus amigos en largas noches de fiesta.
Este libro no es una guía turística ni un ejercicio de literatura comparada. Es la bitácora de un viaje de ida y vuelta —once mil kilómetros, veintidós escritores, mil kilómetros por escritor—; un inventario de lo que dejamos atrás cuando emigramos, el debe y haber de lo que dejamos de ser y de aquello en lo que nos convertimos, porteños y barceloneses en tránsito perpetuo. Es también la descripción alucinada, más cerca del sueño que del costumbrismo, de dos ciudades que se escriben cartas de presentación. La sospecha de que la ciudad que se imagina, sin haber pisado sus calles, no es tan distinta de aquella que se reconstruye desde la añoranza.
Una herida que florece.
(Juan Pablo Villalobos)