«Dicen los geólogos que en épocas remotas una suerte de pasadera, sobresaliendo en las aguas, dividía el Mediterráneo en dos lagos: el de poniente y el de levante. De Calabria a Túnez, por un puente de roca viva, iban y venían las especies animales entre Europa y África; el hombre, sin embargo, tardío como es, ha tenido que servirse del puente líquido. Alguna razón hay en que la misma palabra designe puente en latín y mar en griego.»
Son las palabras con las que Nicolau d’Olwer nos invita a cruzar por ese puente del mar azul, la espina dorsal del Mediterráneo. Djerba, Sicilia, Malta: entre la publicación de la primera edición en 1928 y la segunda en 1945 median dos guerras mundiales, que han removido el polvo histórico y perturbado la pátina arqueológica de estos lugares prestigiosos. No obstante, los paisajes evocadores, las poblaciones heterogéneas y los mitos antiquísimos que conforman las impresiones del autor, permanecen intactos.
La imagen del Mediterráneo que nos descubre su mirada culta y refinada es a la vez sobria y deslumbrante, real y sublimada, y del diálogo que establece entre una cultura milenaria y el presente –aunque ya no sea el nuestro– va emergiendo la pregunta de si estamos ante los restos de una civilización que desaparece o si, a través de esa visión, lograremos dominar el tiempo.