En Carpentier la música no es mera afición, entretenimiento placentero o erudición, sino que le vale como elemento estructurante de sus narraciones. Su prosa se produce, a menudo, con cadencias y ritmos de raigambre musical, y la incitación musical es explícita en algunos títulos de sus libros: Concierto barroco, La aprendiza de bruja, Oficio de tinieblas, La consagración de la primavera, El arpa y la sombra. No faltan los personajes que son músicos, como el protagonista de Los pasos perdidos.
En el mundo carpenteriano el arte sonoro aparece en calidad de tema o personificado; o está sin dejarse ver ni oír, como un modelo constructivo; o va punteando los momentos relevantes de las distintas historias. Carpentier vivió la historia de la música en el siglo XX con atención punzante, y en algunos de sus episodios, como la vanguardia francesa y la polémica musical cubana, tuvo cierta participación. Trascendiéndose a sí misma, la música carpenteriana es el signo de lo inefable, una escuchable utopía poética vinculada con experiencias de lo sagrado.