Este alfabeto fotográfico vincula una letra inicial a un nombre paradigmático; al de aquellos para los que las letras constituyeron sus instrumentos y también el material de su trabajo. Así aparecen Benjamin, Goethe, Descartes, Hölderlin o Lutero, pero podrían haber sido otros –Borges, Góngora, Darwin, Homero o Leopardi– sin que el poder de la inicial ni el del poder alegórico de la imagen asociada hubiera cedido para nada. Pueden ser en este libro las imágenes de un cementerio arruinado en la «R» de Rilke; la marca gráfica de Bentley ligada al ángel de la historia en la «B» de Benjamin; un viñedo nevado y místico vinculado a la «T» de Teresa de Jesús; la extraña señalización de la «L» de Lutero vinculada a una decaída vía urbana o el camión que en Unamuno se lleva la letra «U» como si se tratara de un ataúd; pueden ser en este libro esas citas u otras, haciendo que la literatura simplemente evoque el sentido de las letras reducidas a imágenes puras, pero siempre identificadas en un entorno, para marcar más su presencia concreta.