Marcas personales de infancia, de tierra natal, de lengua materna, nutren los
trazos de estos gouaches y bocetos inéditos con los que Marc Chagall honra
pasajes del Antiguo Testamento de «esta Biblia soñada cuyas palabras cantan
como un poema». Chagall inició en 1931 este monumental trabajo por encargo
del consagrado editor y galerista francés Ambroise Vollard, quien, tiempo atrás,
le había confiado la creación de los gouaches para Las fábulas de La Fontaine
(Libros del Zorro Rojo, 2011). Eligió comenzar su representación bíblica con la
creación de Adán, ya que su idea primordial del arte siempre estuvo ligada a la
imagen del hombre.
Chagall, quien creó sus pinturas durante un período marcado por el antisemitismo
y la amenaza de la guerra —circunstancias políticas que se reflejan en su
iconografía— concibió a la vez este proyecto como una manera de regresar a los
rumores primigenios de su tierra natal y de homenajear a su cultura y a su pueblo.
En esta Biblia soñada, resignificó las marcas históricas sobre los textos sacros
con el arte deslumbrante de la variedad de técnicas y colores, y la autenticidad
de quien dijo: «Por más extraño que parezca, en nuestra época, que, a pesar de
sus numerosas realizaciones, considero desquiciada, uno siente la necesidad de
escapar a otra dimensión… Hace rato ya que el arte no huele bien: la pureza del
alma fue sustituida por una cloaca».