Ramón del Valle-Inclán (1866-1936) fue uno de los mayores representantes de la Generación del 98. Escritor genial, fue autor de teatro, novelas, cuentos y poesía, y es considerado como uno de los grandes de la literatura en español de todos los tiempos. Fue un gran innovador, e introdujo el modernismo y el esperpento en nuestras letras. Se pueden destacar de su obra las Sonatas, Luces de Bohemia, la serie El ruedo Ibérico y todo su teatro.
La cabeza del dragón se publicó originalmente en 1914, siguiendo una idea de Jacinto Benavente: promover que los grandes autores escribieran teatro infantil, para lo que creó el “Teatro para los niños”. La idea de Benavente con ese proyecto era hacer escribir teatro que atrajera a los niños pero también a los mayores, algo que se ve plasmado en La cabeza del dragón: una obra maravillosa para lectores y espectadores de cualquier edad.
El crítico norteamericano Harold Bloom escribió que una obra maestra en literatura suele caracterizarse por una belleza extraña. Sin duda La cabeza del dragón es una obra maestra, pues es sumamente bella, y su belleza es extraña. El mago de la narración que es Valle Inclán maneja la obra –perfecta para leerse, tanto como para interpretarse– rompiendo moldes y sorprendiendo continuamente al lector: ¿En qué tiempo y en qué lugar transcurre la obra? No sabríamos decirlo, pues podría ser la Edad Media, el Renacimiento o los principios del siglo XX. ¿Es un cuento de hadas? ¿una historia satírica? ¿una historia de amor? ¿es poesía, o, al menos, prosa poética? ¿humor? Cada escena de la obra podría ser un sueño, y la obra es todas esas cosas y algunas más: la imaginación del lector/espectador se ve requerida una y otra vez, con guiños continuos que le hacen preguntarse muchas cosas.
Ojalá esta obra anime a muchos lectores a conocer más a Valle Inclán, a leer más teatro y a ir más al teatro. Las ilustraciones de Lucía Álvarez iluminan esta edición.