Los habitantes de Sigue la mala vida son policías, atracadores, jueces, delincuentes y toxicómanos, nombres que nada dicen si no es por lo que han hecho.
Y la realidad es la que es: un atracador que llora ante las ventanillas blindadas de un banco, otro que encuentra en la cárcel la justicia que la ley no le ha dado, el policía que pasea toda una tarde a un demente buscando sin suerte un sencillo análisis de sangre, o el extraño baile de los clientes de una sucursal bancaria en pleno asalto.
Son once historias reales (y dos cuentos) que van más allá de la constancia notarial. Pese a la evidencia de los hechos siempre está la condición humana, a la que Carlos Quílez mira con dureza, humor y hasta con ternura, pero sin edulcorarla, en un ejercicio magistral de escritura periodística que no busca juzgar, sino comprender y acompañar.