Es invierno. Tobías Wesser delira en un hospital a altas horas de la noche, pero no es un hombre al que nadie vaya a llorar. Dentro de pocas horas estará muerto. Su hijo, al que todos llaman Caníbal, contempla el espectáculo junto a dos moscas, las únicas que han decidido hacerle compañía. Tras la muerte, sin apenas pistas para guiarlo, Caníbal se verá obligado a reconstruir ciertos recuerdos sobre su padre escondidos muy dentro de su memoria. Tendrá que investigar la figura de ese hombre siniestro con el que apenas mantuvo trato cuando estaba vivo. Caníbal lo sabe: no se mata al padre, se desciende dentro de él. Muy pronto, el suyo se revelará como una enfermedad moral y física que lo ha perseguido durante toda la vida; y sus secretos le anunciarán un destino retorcido del que más le vale ponerse a salvo.
En su superficie, Fiebre es una meditación acerca de la pérdida, la dificultad de asimilar y reconciliarse con el dolor y la muerte y el poder redentor de la memoria y la literatura. En sus territorios interiores, es también una novela mutante -negra, despiadada, fantástica- sobre la otredad, las maldiciones familiares y la posibilidad de reescribir nuestra vida para apropiarnos de otras.