El piano del pirómano quiere beber de todos los riesgos, los de la existencia extrema y los del idioma desbocado. Tiene principio en el placer de la rebeldía y aspira a un éxtasis del lenguaje. Aquí se nos presenta el hombre que busca la última partitura del instinto, el hombre que conoce la oscuridad por dentro, el hombre, en fin, que sabe que «un palacio dice en pie una catástrofe». Aquí se indaga la belleza, o la noche, con todos sus hechizos, pero también con todos sus daños, porque quien sabe del dolor lo sabe todo, porque la vida, si es tal, «busca un lobo en cada víspera, apura otra eternidad en cada perfume». A bordo del largo vértigo de un único poema en prosa, barroco hacia adentro, El piano del pirómano cumple el viaje a las virtudes del exceso, el asalto a la verdad de un escritura que tiene «imaginación de imanes».