En Borrar el paisaje la experiencia de la pérdida y el desamparo se vive, se padece intensamente. Los ochenta y cinco poemas (sobrios, breves, bien construidos) que componen el libro arrastran al lector a vivir situaciones límite que tocan los extremos de la plenitud o del vacío, y le obligan a preguntarse si habrá mayor desdicha en el mundo que la de esa voz que sufre, que ha perdido casa, memoria, afectos: un "callejón sin salida de horizonte" que parece negar por completo otro destino que no sea el del silencio, la soledad o el estallido fatal de la memoria. Pero es entonces cuando la escritura conjura la desaparición y el olvido y se convierte en una suerte de protección, en la casa que resguarda a ese ser amenazado que somos.