LA posteridad de Samuel Taylor Coleridge (1772-1834) ha sido tan diversa, azarosa y mudable como su propia vida. A su muerte, Coleridge era recordado ante todo como el brillante contertulio de Highgate, donde recibía numerosas visitas, en una versión modesta pero prometedora de la celebridad literaria. El Coleridge que merecía pasar a la historia era el prosista; el erudito, el espíritu de inquieta religiosidad, el filósofo de abstrusas digresiones, el perspicaz esteta e, incluso, el pensador político. ¿Qué hay, entonces, del poeta? Su posteridad se ha visto lastrada por la leyenda que tiende a reducir su figura a la del poeta narrativo -autor de títulos como La balada del viejo marinero, Christabel y Kubla Khan- de espíritu indolente y mortificado por sus adicciones.
La presente edición pretende matizar estas tres leyendas hasta donde es posible: los poemas seleccionados muestran que las incursiones de Coleridge en el terreno de la balada suponen, sí, momentos memorables en su poesía, pero poco menos que excepcionales; lo que constituye una preocupación constante en su producción poética es más bien la gestación de otro tipo de poema, por el que es preciso concederle el debido reconocimiento.