Todo amor es la historia de un encuentro, es decir, la historia de un asesinato. Hay quien dice que el amor es una dependencia histérica y quien afirma que mera nostalgia de la inocencia y no falta quien señala que es pulsión incontrolable de la piel, inclinación del tacto hacia el tacto, consuelo de desposeídos, acicate para desclasados, patente de corso para criminales y poetas de la experiencia. Para los ateos más radicales, el amor sería, como el dinero, un aparato ideológico inventado por la burguesía para refrenar y torcer los movimientos de emancipación de los desposeídos. Los historiadores más conspicuos achacan su nacimiento en tierras provenzales, allá por el siglo XII, a una tropa de orfebres y alquimistas de la palabra empeñados en buscar alivios para la ausencia de Dios. El amor como ausencia real, agujero negro, negra sombra que me asombra. Sea lo que sea, desde el punto de vista literario, que es el que aquí nos reúne, el amor es sobre todo un gran campo semántico, un gran espacio narrativo. Pero esta novela trata del desamor, es decir, del <
> o, como cantaba Luis María Brox, del <>. El amor que surgió del frío.