—Vamos, señorita Fenwick —dijo la señora Wentworth y, tras cogerme de la mano, comenzamos a bajar la escalinata de la entrada. Eché la vista atrás y vi cómo el brazo de mi madre corría las cortinas de la ventana que daba a la calle y su figura pasaba a ser una silueta. Luego agachó el cuello y, tras apagar la vela, dejó la habitación a oscuras. Trece, pensaba yo que sería la edad a la que me iría de casa. Doce, pensó mi madre. Ésta es la historia de Moth, hija de una pitonisa y del hombre que le robó el corazón. Es también el puñado de monedas que podían comprar una vida en el Nueva York turbulento y bullicioso de finales del siglo XIX. Es un nombre en una caja de galletas. Es el prostíbulo de la señorita Everett, donde Ada, Alice, Rose y Mae juegan a ser mujeres. Es la doctora Sadie y la esperanza infinita. Es el Palacio de las Ilusiones, un circo de curiosidades donde una niña con un vestido esmeralda y unas alas blancas sueña su último sueño.