La protagonista de esta historia no entiende a sus dos hermanas mayores, que la tratan como si fuera una nulidad; ni a su madre, una señora propensa a las conductas explosivas; ni a su hermano pequeño, que vive abismado en las honduras de sí mismo. La protagonista de este relato no entiende a su familia y, sobre todo, desconoce a su padre, una eminencia que cultiva los trances extáticos como si ensayara su propia extinción. De modo que a nuestra heroína sólo le queda la triste alternativa de pasear su desconcierto durante largas horas de bicicleta. Pero cuando cae la tarde debe volver a casa y compartir las desdichas cotidianas con sus allegados. La niña deja de tener once años en un colegio exquisito mientras su pequeño mundo se desintegra: el padre se recluye en la antigua vivienda familiar, una de las hijas mayores da cobijo a su madre y ella lo encuentra con una abuela que la ceba hasta la náusea. Intentará conjurar esos espectros para atender sus contratiempos privados, pero la familia siempre llama a la puerta. Cuando por fin comprenda las razones de cada uno será demasiado tarde y sólo le quedará la culpa de su propia incomprensión.