«Detrás de la cara externa de la naturaleza subyacen sentidos misteriosos, tramas y relaciones desconocidas, y el tiempo tiene otros ritmos y otros órdenes diferentes, con sus enigmas y certezas propias.
Contra la camisa de fuerza del racionalismo, es necesario aceptar que los sucesos que confluyeron en la muerte de Alec están marcados por el misterio. Con la muerte de Alec se ordenaron en una perfecta armonía ciertos hechos aislados que, sin el desenlace, no tendrían sentido y seguramente estarían borrados de la cinta de la memoria.
Si Alec no hubiera muerto, un oscuro fatalismo ha llegado a dictarme que los signos que anunciaron su desaparición tampoco habrían ocurrido. Casi diría que el motivo de que se verificaran fue la misma muerte de Alec, que operaba como causa aun antes de sobrevenir.»
Con esta su primera novela Darío Jaramillo Agudelo demostró a cabalidad su fino olfato de narrador, procurando eludir las expectativas del lector a medida que las satisfacía en un plano mucho más riguroso y exigente: el de su virtuosismo estilístico, casi tan diabólico, en su nitidez, como el indescifrable misterio que nutre la obra.