La montaña comenzó hacer extraños rugidos y a hincharse como un colosal forúnculo geológico que reventó produciendo una ensordecedora explosión. Esta erupción volcánica produjo además un violento terremoto de grado siete de la escala de Richter que, como un gran bostezo telúrico, abrió una enorme grieta de la que comenzó a emanar una gran columna de gas incoloro, inodoro y ligero, que trepó rápidamente a más de 12 mil metros. Dos meses después del cataclismo, el doctor Magnus Boler frente al impecable urinario de la OMS, le susurró a su pene con ternura: “¿Qué te pasa, por que me haces esto? Había examinado los informes de las oficinas regionales de la OMS en América, Europa, Mediterráneo del Este, Asia, África y el Pacífico en los que le aseguraban que los varones desarrollados no tenían erección. Era, nada menos, que una impotencia global exclusiva del miembro viril humano en todos los rincones de la Tierra. Y lo más grave era que todas las nuevas drogas no eran efectivas. Ante el pánico de una posible extinción de la raza humana ya se estaban produciendo violentas manifestaciones callejeras desde Paris hasta Shanghái, desde Oslo hasta Ciudad del Cabo y desde Montreal hasta Buenos Aires; protestas que exigían a los gobiernos una acción inmediata contra esta pandemia de disfunción eréctil. Magnus Boler debía de actuar de inmediato pero, ¿cómo?