Una profunda desolación embarga al protagonista de Lo que queda de nosotros cuando su mujer sufre un colapso y comprende que, si se recupera, tal vez se convierta en una enferma terminal. Para intentar despertarla del coma en que se ha sumido, el hombre dispensa a su mujer delicados cuidados y le lleva objetos que le son familiares: sus libros, su cepillo del pelo, flores del jardín, e incluso grabaciones de los ruidos cotidianos de su casa, como pisadas sobre el entarimado o el runrún de los electrodomésticos. La preocupación por su bienestar es tal que el hombre pierde la noción del tiempo, y al final su único deseo es reunirse cuanto antes con ella. Años después, el nieto vuelve a contar la agónica muerte de su abuela, en un intento por comprender la existencia que ésta llevó, lo que significó para su abuelo y, sobre todo, cuánto amor puede acumularse durante una vida en común, para que perdure incluso más allá de la muerte.