En el principio, ahí, mirando, en la terraza de un café al caer la tarde, hay una mujer que querría escribir un libro pero que no sabe ni cuándo ni cómo podrá escribirlo, y que ve cómo se desarrolla la historia de otra mujer, Emily L., quien a su vez escribe poemas de los que nunca habla. La mujer que quiere escribir un libro queda atrapada al vuelo en la historia de Emily L., que evoca en ella aquel baile con los oficiales de a bordo y el joven guardian de la isla de Wight, con quien pudo, tal vez, vivir un gran amor. La mujer que quiere escribir quizá no sepa que la historia de Emily L. es inventada. «A veces ocurre», dice la Duras, «que, de pronto, pase por ti una historia, sin escritor para escribirla, tan sólo visible. Nítida. (…) Es raro. Pero puede ocurrir. Es maravilloso cuando ocurre.»