Jake y Zoe aprovechan una semana de vacaciones para irse a esquiar. Una mañana, cuando inician el descenso por las pistas, un alud deja a Zoe sepultada bajo la nieve. A pesar de ello, logran salir y vuelven juntos al hotel.
En el pueblo no hay ni un alma, ¿han evacuado a todo el mundo por el alud? Cuando tratan de marcharse en coche, la nieve se lo impide. Vuelven al hotel. Llaman a sus amigos y a la familia, pero no hay cobertura. Tampoco funcionan la televisión ni la radio. Intentan llegar andando al pueblo más cercano. Imposible. Han de volver. Finalmente tratan de salir de allí esquiando, pero cuando se despeja la niebla, descubren que los caminos les devuelven siempre al punto de partida. Entran en una iglesia, donde se han encendido las velas, pero no ven a nadie. Oyen voces fuera del hotel, así que salen enseguida de allí; sin embargo, solo encuentran colillas y huellas de pisadas en la nieve, y continúan sin ver a nadie.
Aunque llevan días solos en el hotel, el aspecto de los alimentos de la cocina no ha variado en absoluto. La carne y las verduras siguen estando frescas y apetitosas. Jake empieza a comportarse de forma extraña y aún tiene los ojos enrojecidos, como el día de la avalancha. Zoe no se atreve a confesarle lo que sabe desde hace días: está embarazada. Al poco tiempo, y como confirmación de una siniestra intuición, él se pincha con una aguja: no tiene sangre, ella tampoco...