Dejándose los ojos en los amarillentos legajos del Archivo de Palacio, el investigador Agustín G. de Amezúa y Mayo fue descubriendo una faceta inédita en la vida de un rey que solía vestir de negro: su pasión por los jardines y por las flores que los pueblan. Su aborrecimiento de las ciudades le llevan a buscar lugares donde pueda refugiarse: la Casa del Campo y el Palacio de El Pardo, para los meses del invierno; Aranjuez y Aseca, en los primaverales; y Valsaín como resguardo de los calores del estío. Y cuando levanta la mole ciclópea de El Escorial, en una dehesa cercana, La Fresneda, construirá también una casa o palacio a dónde ir a solazarse.