He tenido que contar mi vida para tratar de demostrar que existo. Mientras me inventaba con palabras que escogían tal fragmento y no tal otro, esa selección era indiferente al hecho central, una especie de grito tonto, medio gemido, medio silogismo: resulta señores que escribí una novela, que yo, perseguido y amenazado, por eso mismo obligado a guardar precauciones, precauciones que se volvieron más obsesivas desde cuando fui padre de Sara, yo, el obligado a no existir para poder salvaguardar mi existencia, entregué mi novela a un editor que la publicó, y he aquí que una muestra evidente de que existo ?hasta ahora nunca se ha sabido que un ser inexistente escriba una novela? condujo a algunos a convertirme en seudónimo de un tercero.
En principio, el primer móvil para escribir esta autobiografía es afirmar que tengo una vida, que mi vocación de escritor deriva de mi oficio de copista y que éste proviene de mi vicio de lector. Lo primero que me impulsa es aclararle al mundo que tengo que estar escondido, como mucha gente de mi país, que soy fugitivo de no sé quién, y que desde que soy padre me preocupo por tomar precauciones para que nadie me encuentre.
Ese primer motivo está claro pero, entrado en gastos, no creo que deba quedarme ahí. Es una oportunidad privilegiada para repasar las intenciones y no los hechos de mi vida y tratar de restablecer, así sea como mera conjetura, las fuerzas exteriores, las razones y sinrazones íntimas de todo lo que me ha sucedido. Arqueología íntima.