El dragón sintió un cosquilleo en el hocico, cerró los párpados, cogió aire como si fuera a soplar las velas de un pastel de cumpleaños y...
¡ACHÍSSSS!
Tan fuerte fue su estornudo que el dragón despeinó a la princesa, arrancó los pétalos de la flor, tropezó con el caballero y, haciendo una gran pirueta, salió de su cuento sin decir ni adiós.