Apenas rozó el huso con sus dedos se cumplió el maleficio y se pinchó con él, y en el acto cayó profundamente dormida, convirtiéndose en la más bella de las durmientes que jamás había existido. Aunque muchos príncipes, incluso de reinos muy lejanos, acudieron para salvar a la bella durmiente atraídos por la leyenda que sobre ella se contaba, todos ellos perecieron de una muerte infame y atroz al intentar atravesar el intrincado muro de zarzas, pues las espinas, como si fueran manos, se agarraban a ellos con tal firmeza, que entre ellas quedaban apresados y morían de inanición