Daniel quería tener una mascota, pero un perro era imposible de mantener en un piso, de modo que cuando vio a ese hámster en el escaparate, enseguida supo que sería suyo, y que lo llamaría Filipo, como el padre de Alejandro Magno. En casa, cuando Daniel lo dejaba suelto, no hacía más que destrozos y travesuras, igual que en colegio, o en cualquier parte a la que lo llevaba. La gente se asustaba cuando veía a Filipo, pensando que era un ratón, o un animal agresivo. Pero para Daniel era mucho más: un ser querido.