Se cuenta que en el siglo IX ocupó el trono de San Pedro una mujer, la conocida como Papisa Juana. Y digo se cuenta porque no es más que otra leyenda urbana alimentada por el descubrimiento en el Vaticano de un asiento con un agujero al que se le atribuyó la función de demostrar la masculinidad del futuro Santo Padre. El Papa se habría sentado en ella mientras un cardenal comprobaba, visualmente o palpando, la existencia de testículos, confirmándolo al grito de ?Duos habet et bene pendentes? (tiene dos y le cuelgan) para que ninguna otra mujer fuese nombrada Papa.
Realmente, aquel asiento no es otra cosa que la sedia stercoraria (la silla de los excrementos) donde los Papas se sentaban... a leer el periódico. Además, nunca lo hacían en soledad, siempre iban acompañados por un funcionario pontificio encargado de ayudarle. El primer Papa que se atrevió a ir solo al excusado y proceder como el resto de los mortales fue Anastasio II.
En ?De lo humano y lo divino? encontraréis historias que hablan del lado más humano de los padres de la Iglesia: cuando se armó la de Dios es Cristo, la tisana del Papa Luna, cuando Drácula se convirtió en el gran aliado del Vaticano, el año en que febrero tuvo 30 días, los peligros de ser médico del Papa, el que salvó la vida por saber idiomas, el origen de la expresión ?dar el agua?,... un buen puñado de historias algunas sobrecogedoras o emocionantes, hilarantes otras, que demuestran algo tan evidente como que debajo de la mitra y las vestiduras pontificias no hay ni más ni menos que un hombre... que bien podría ir en vaqueros y zapatillas.