Con esta escueta y sencilla premisa: averiguar la mirada del insecto, comenzó ?Sólo para Moscas? allá en el 2008, como un blog perdido en el marasmo en movimiento de las redes informáticas que nos vigilan sin tregua y nos anotan. Así fue como encasquetado con esos ojos de mosca me aventuré a la calle con la sana intención de averiguar que estaba sucediendo en esa realidad de la mosca que, contrariamente a la humana, era desapasionada y poco dada al esquema impostado que tanto nos gusta a los humanos.
El plan era sumamente sencillo:amanecer temprano, tal como la mosca ronda el día, y tomar apuntes osmóticos en la ciudad que me había caído en suerte, que por otra parte es idéntica a tantas otras del gran teatro global, un mercadillo repleto de charlatanes y cándidas almas gozosas de redenciones variadas. Y de usted, claro, querido lector, rara avis imprescindible. Notas para elaborarlas en la mesa de dibujo y, sin intermediarios y culturales industrias, aovarlas en esa luz muda que son las entradas de un blog. Es decir, un quehacer inmediato, tal como la mosca concibe lo visto. Que nunca es tanto lo que vemos como lo que se va escapando a la mirada, sobretodo esto último.
Así nacieron once, un número ciego, libretas repletas de rayas; quinientas cincuenta páginas de apuntes realizados con diversas plumas. También unos catorce cuadernos con anotaciones variadas sobre esa mirada díptera hacia los muy diversos rincones que configuran la ciudad y lo que le va sucediendo en sus palpitantes tripas; que ya decía un griego que el centro de lo humano está en sus intestinos y no en esa policía de los sesos.
Página interior de SOLO PARA MOSCAS de Micharmut | Edicions de Ponent
Desde los extrarradios muchos, donde se va tejiendo esa angustia del vivir, hasta las concentraciones festivas en esa variada diversión que todas las ciudades ofrecen a su habitante, puede que a modo de lisérgia aliviatoria, pócima o medicamento y como remedio a la locura que supone el habitarla. Así: en calles, plazas, mercados, salas de conciertos, concentraciones deportivas, ambulatorios, burdeles, carnicerías, salitas de dentista, bares de tintorro, exposiciones artísticas, sumideros de patio ciego, panaderías, hospitales y cementerios fueron visitados por nombrar algunos de los ámbitos a los que me fui
encaminando para dar de comer a la mosca que me fue habitando, a la libreta que me acompañaba por ser propenso al olvido, a la realidad siempre escondida tras la consigna de las ambiciones varias en las que ha devenido nuestra miseria de habitantes de eso que llamamos vida.
Así, andaba aliviado del soñar quimeras terapéuticas, volando junto a la mosca, que me dejaba coronar su mullido tórax, por ver el mundo tal cual se presentaba, y comenzó el periplo no sin algún contratiempo. Depositando algunos huevos en el ojal desierto del usurero, orinando en la boca del charlatán ungido, rascando con la punta de la trompa las ingles de la belleza, friccionando con las patas traseras, en alternancia perfecta con las delanteras, las maquinaciones de la fealdad, sus arquitecturas y alabanzas. Llorando junto al borracho nuestra mucha y mala suerte, riendo al lado del manso, ese que heredará su nicho previo pago, bostezando ante la ocurrencia del tendero cultural, eterno descubridor de lo ya visto.
En fin, haciendo de mosca en pulcros palacios y camastros habitados, en avenidas y callejones, vulvas y cerraduras. Sin tomar el más mínimo apunte, mirando. Mirando como lo hace la mosca, al revés y con todas sus mucosas palpitando en los intersticios del asombro. Observando, como hace el insecto, lo que sucede a nuestra espalda, eso que desprecian los necios como alegorías. Y que resultan ser lo más parecido a lo que en realidad está sucediendo.
Cerca de dos mil horas de crónica díptera, esa que no se imprime en letras de oro y se va depositando en la lánguida chepa de los sucesos. Que resultan ser lo que nos sucede, no lo que nos dicen que nos va sucediendo. Cinco años, doce litros de tinta de prieto calamar, veintidós kilos de virginal y sonriente y hermoso papel, acariciador, seis ratones, dos de ellos inalámbricos, tres ordenadores, el primero construido de retales, cuatro pantallas y un teclado descolorido ya, en el que se va adivinando una borrosa letra que nos parece una A cuando en realidad se trata de ya de la Z.
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Todo lo anteriormente expuesto ha sido puesto en limpio en un libro, al fin impreso, en doscientas setenta y dos páginas que ofrecen noticia de esos tiempos en los que nos tocó vivir, a mi y a la mosca, juntos y revueltos, para asistir al enorme engaño que los fabricantes de realidad iban tejiendo ante nuestros ojos como velos de cemento, asistiendo a las variadas agonías de una civilización ya revenida y glosada hasta la saciedad: vuelta a la normalidad, familia, valores añadidos, mercado, convicciones y valores de una misma rata ya panzuda. Yo con cierta hipermetropía; mi amiga la mosca con esa su mirada que otea los cogotes todos. Todo al módico precio de un ir muriéndose querido lector.
Raw Tijuana