En 1837, a los veintiún años, Charlotte Brontë envió sus primeros escritos al poeta Robert Southey con el fin de recabar su opinión. La respuesta fue rápida y tajante: «Señorita, la literatura no es asunto de mujeres, y no debería serlo nunca». Diez años después, tras el éxito instantáneo de su novela Jane Eyre, la Brontë declaró: «Hace falta mucho para acabar conmigo»... Ciento cuarenta años han tenido que pasar desde su muerte para que caiga el mito victoriano, celosamente alimentado desde el principio por sus escasos biógrafos, según los cuales Charlotte Brontë fue la tímida, dócil, frágil y sumisa hija de un párroco anglicano, y para que, finalmente, Lyndall Gordon restituya, amparándose en la correspondencia y en documentos inéditos astutamente arrinconados, la extraña y en todo caso indómita personalidad de una mujer, cuya obra apasionada, que causó escándalo en su época, es el fiel reflejo de su propia vida. Al romper con la «leyenda Brontë», Gordon explora por primera vez el espacio oculto, esa «tierra de silencio» donde Charlotte desarrolló su imaginación y la insospechada facultad para transformar la derrota en victoria. Desde el lazo de sensibilidad compartida con sus no menos célebres hermanas —Emily, autora de Cumbres borrascosas, y Anne, las dos muertas prematuramente—, pasando por la compleja relación con su hermano Branwell y la contradictoria entrega a un padre «desamparado», hasta su amistad con Mary Taylor, una brillante y activa feminista, su devoción por Constantin Heger, su profesor en Bruselas, su extraña pasión por George Smith, editor de sus libros, y, finalmente, el dubitativo matrimonio con Arthur Bell Nicholls, toda la corta pero intensa vida de Charlotte, en principio destinada a la resignación, aparece aquí como una constante conquista.