«Yo tuve un amigo de sangre y hermano del alma llamado Sam. Como todos los niños, Sam y yo dedicábamos las tardes después del colegio a barruntar sueños infantiles. Nuestro sueño de cabecera era emprender el viaje más grandioso y definitivo: volar al espacio, posarnos en otros mundos, poner el pie donde nadie jamás lo hizo antes y entablar contacto con sus pobladores alienígenas. Para la mayoría de los críos, la vida y la madurez se encargan de sofocar las ensoñaciones de la niñez como se desmenuzan y se extinguen las brasas en la fogata, y quienes anhelaban ser astronautas o exploradores acaban convertidos en auditores, contables o, peor aún, políticos. Pero al contrario que el resto de las personas, un buen día Sam descubrió vida en Marte. Y así nació la más grande de las ideas.
Esta es mi historia.»