Las Casas Baratas del Prat Vermell -o de Can Tunis o de Casa Antúnez o de Francisco Ferrer Guardia- fueron levantadas en 1929 porque el brillo de la Exposición Internacional de Barcelona no consentía que, por las faldas de la montaña de Montjuïc, se esparcieran «tugurios de hojalata y mal ajustada madera». Los desalojados, ya asentados en las apelotonadas casitas de aquel prado rojo, pronto se aunaron para que aquel recóndito e inhóspito rincón fuera suyo. Además, siguieron aprendiendo y peleando para, a la que pudieran, reapropiarse de la ciudad entera. En julio de 1936, junto a otros muchos como ellos, lograron que su sueño igualitario de la Revolución Social empezara a ser realidad.
Las historias de aquellas gentes, que apostaron y lucharon -un día sí y otro también- por un mundo material y moralmente mejor, se amalgaman en una narración que estira de sus voces en los recuerdos de otros y escarba entre los papeles de los archivos. Los protagonistas, muchos hombres y mujeres sin renombre que no dudaron en dar vida a la ciudad que les desdeñaba y explotaba a un mismo tiempo, lo fueron por su sentido de lo común. Su legado fue el Ateneo Cultural de Defensa Obrera, el compromiso con la Organización Sanitaria Obrera, la larga huelga de alquileres, las otras muchas luchas en la fábrica del Prat Vermell, en las Arenas, en la Alena, en la Rivière… y, luego, la entrega a las colectivizaciones: la agrícola, en abastos, en la administración popular urbana… También marcharon al frente de Aragón como milicianos y milicianas en las columnas confederales.
Tras el estruendo de aquel banquete por la vida, vino la derrota: la larga y silenciada noche negra de los vencidos entre los vencidos.
Estampida al sin futuro en tierra de nadie, suplicios carcelarios aquí y allá, pelotones de fusilamiento, campos de concentración, crematorios en los campos de exterminio nazis, castigos en los gulags... Ni aun así renegaron ni se doblegaron. Algunos prosiguieron su andadura insumisa -el maquis, la guerrilla libertaria urbana...- y se mantuvieron activos en la brega.
El barrio, después y para todos, pasó a denominarse y conocerse como las Casas Baratas de Eduardo Aunós. Con el tiempo, el manoseado imaginario urbano de los triunfadores de siempre le hizo caer encima el estigma de zona maldita, poblada de clases laboriosas que, por serlo, resultaban peligrosas; sobre todo con aquel pasado a cuestas que no se podía mentar.
Por ellos y por ellas y su mundo igualitario -mal enterrados en las fosas comunes del olvido-, procurando que no se prolonguen las secuelas de la derrota mediante la ignorancia o la denigración, se cuenta su historia para que la memoria compartida pueda seguir entre nosotros viva y activa.
Prólogo de Tomás Ibáñez