Leer a Samuel Beckett es asistir de repente a la profanación del silencio mediante la palabra. «Ah la hermosa palabra única. La mínima», exclama el propio Beckett. Ahora se le brinda al lector una nueva oportunidad, ahora es el tiempo, «el tiempo de aspirar este vacío» y de escuchar, de ver o imaginar, gracias a la palabra de Beckett, cómo estas manchas, estos seres y objetos situados en un espacio natural o geométrico, suspendidos en un tiempo -tal vez en muchos-, aparecen, evolucionan, desaparecen. Todo, para luego reintegrarse otra vez en el silencio y la oscuridad -¿otro nuevo vacío ? Manchas en el silencio recoge tres prosas -en la línea de Residua (Marginales 1) y de Sin seguido de El despoblador (Marginales 29)-, imágenes y escenas sobrecogedoras concebidas a partir de una visión efímera, casi inaprensible, de una posible fábula que apenas se esboza, como la pareja en un prado de La imagen (escrita en los años 50 y publicada en 1988), o esos cuerpos bajo un juego de luces en Fuera todo lo extraño (concebida en 1963 y publicada en 1976 y 1979), o aún esa extraña interacción de la mujer, Venus, la luna y la cabaña en Mal visto mal dicho (1981). Nos ilumina, finalmente, acerca de estas visiones desconcertantes una reflexión del propio Beckett sobre la creación artística, El mundo y el pantalón (1989), hoy tan sugerente y reveladora como cuando él la escribió en 1945. Cuando parece que Beckett va a enmudecer definitivamente, llega siempre, una vez más, su voz hasta nosotros por breves pero sustanciosas entregas que Jenaro Talens, poeta y ensayista, pone a nuestro alcance gracias a sus traducciones llenas de sabiduría.