El viaje al Ecuador que va a leerse es un viaje enteramente real, que lleva en sí mismo su comentario y su historia. Realizados en 1928, cuando Henri Michaux tenía 29 años, padecía del corazón y todavía era un don nadie, este viaje y este diario constituyen su primera obra maestra. Recogen un largo y agotador periplo desde la costa del Pacífico, a través de los Andes y las selvas y los ríos brasileños, hasta la costa Atlántica, donde, tras un año de toda suerte de aventuras y desventuras por aguas amazónicas, se pregunta : «¿Pero dónde está el Amazonas ?». De hecho, confiesa Michaux, para verlo realmente habría tenido que subir : «Hay que verlo desde un avión. Así pues, jamás he visto el Amazonas. De modo que no hablará de él»… El interés del libro no se cifra tan sólo en la nutrida sucesión de peripecias, ni en la descripción directa, plástica, de los paisajes atravesados, sino en las reacciones del viajero y en su peculiar manera de relacionarse con el entorno, relación ésta exenta por completo de la acostumbrada efusión mundana por «lo exótico». Este viaje parece haber sido decisivo para el autor —y para la Literatura, ya que, con este diario, Michaux da un vuelco a los géneros. En un mínimo espacio dedicado al reportaje propiamente dicho, nos ofrece un auténtico diario íntimo, en el que reflexiona, seria o irónicamente, sobre las civilizaciones, las religiones, el arte y la vida. En todo caso, experiencia interior o simple anécdota, cada página de este libro es una desgarradora autenticidad. Si Ecuador es un libro revelador, que prefigura los temas frecuentados por Michaux en su obra posterior (la farsa de la vida, el hombre «animal roto», el hambre de infinito jamás colmada, la angustia con sus lances de ilusión), el viaje en sí prepara ya al autor y al lector al siguiente viaje, cinco años después, de Un bárbaro en Asia (Marginales 53, traducción de Jorge-Luis Borges). La impresión que nos deja esta lectura es la de que nada en aquellas lejanas tierras logra librar al autor —y quizá a cualquiera— de su ensimismamiento lúcido. Hasta el punto de que, poco antes de emprender la travesía de los Andes hacia Iquitos y el Amazonas, confiesa : «Con este viaje la pifié. (…) Se encuentra igual la propia verdad mirando cuarenta y ocho horas cualquier tapiz de pared». Sin embrago, como se verá, el viaje habrá significado algo para él, según lo reconoce él mismo : «Ahora sé lo que me conviene. No lo diré, pero lo sé…». ¿Quién da más ?