Cuenta la mitología que Procusto, célebre bandido de la Antigüedad, ataba a sus víctimas en una cama. Luego, con la ayuda de una cuchilla o de un garrote, los recortaba o estiraba, según su tamaño, para ajustarlas a las dimensiones exactas de la famosa cama. Teseo, quien había liquidado ya al Minotauro, al parecer liberó al mundo de Procusto.Pero ¿ha muerto realmente Procusto ? Vladimir Volkoff cree que no. Para él, no sólo Procusto ha sobrevivido, sino que ha ido prosperando hasta convertirse, hoy en día, en amo del mundo. De Valparaíso a Vladivostok, y de Dunquerque a Tamanrasset, nos hemos vuelto casi todos más humildes y fieles seguidores. No tiene siquiera que obligarnos a subirnos a su cama. Vamos espontáneamente a ella, en filas prietas y ordenadas, rindiendo culto al divino Procusto, porque, de hecho, un mal extraño se ha apoderado de nosotros : el complejo de Procusto. Aparentemente, la diferencia está de moda. No obstante, este alegato en favor de la diferencia es él mismo tan diferente a todos los demás que no puede dejar a nadie indiferente. Ante todo, no es abstracto. Lo es incluso tanto menos cuanto que, según el autor, la primera virtud de la diferencia es la de devolvernos a la realidad, de devolver al mundo sus colores, de devolver el gusto, el sentido y el respeto de lo concreto. Tampoco es simplista. El elogio de la diferencia no se confunde aquí con la reivindicación de la gaita gallega, ni con el rechazo de la uniformidad mediante un anti-igualitarismo primario. Y tampoco es triste, y éste es, quizá su mayor mérito. Casi todos los libros escritos sobre este tema lo fueron en clave de lamento y añoranza. Como si las víctimas de Procusto, resignadas, exhalaran un último suspiro antes de desaparecer.Vladimir Volkoff no está muy seguro de que podamos vencer a Procusto. En todo caso, él ha decidido luchar y nos incita aquí a hacerlo a su lado, con alegría, humor e indiscutible brillantez