Se suele pensar que Occidente descubrió el saber griego en la Edad Media gracias a las traducciones árabes.
Sylvain Gouguenheim rompe de plano con esta idea al demostrar que Europa siempre preservó sus contactos con el mundo
griego. Al mismo tiempo descubrimos que, al otro lado del Mediterráneo, la helenización del mundo islámico, más
limitada de lo que se cree, se debió sobre todo a los árabes cristianos. Así, parece ser que la helenización de la
Europa cristiana fue ante todo fruto de la voluntad de los propios europeos. Si el término «raíces» tiene algún sentido
en el caso de las civilizaciones, las raíces del mundo europeo son, por tanto, griegas, y no lo son las del mundo
islámico.