El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha es, entre otras cosas, uno de los libros más librescos de las letras universales y una lectura que gira sistemáticamente en torno a la lectura. En su Vida de don Quijote y Sancho (1905), don Miguel de Unamuno pasó por alto el escrutinio a que el cura y el barbero sometieron los libros de su ya enloquecido amigo, argumentando que trataba de libros y no de vida. La crítica, con pocas excepciones, parece haber seguido las directrices de don Miguel, porque el tema de la biblioteca en el Quijote no ha suscitado el interés que se merece. Ha sido objeto de estudios preferentemente bibliográficos en torno a las ediciones de los libros que el hidalgo tenía en su casa, junto con otros de tipo biográfico referidos a los libros que poseía el propio Cervantes y su posible enjuiciamiento de los mismos. La biblioteca de don Quijote tiene el propósito de indagar en un conjunto de temas relacionados con los libros que poseía el hidalgo manchego metido a caballero andante y con su biblioteca. El primero es una cuestión de formaciones discursivas, entre ellas la formación propiamente literaria. Don Quijote es un punto de encuentro entre una formación teológica tridentina y otra literaria que empieza a surgir con gran pujanza en aquel momento y que adquiere en el Quijote una sorprendente autonomía. El espacio de dicha autonomía es la biblioteca del loco, hecho que encierra una extraña paradoja, porque los libros son perfectamente reales, mientras que la biblioteca es ficticia. Es el propósito de La biblioteca de don Quijote explorar el espacio que la paradoja abre, espacio cultural y discursivo en que la biblioteca ?una temprana textualización de la literatura? se objetiva en la persona de un demente que se ha reinventado como texto literario andante.