Pablo Picasso (1881-1973) es, sin duda, el artista más prolífico e influyente del recién clausurado siglo XX. Las diversas etapas que la crítica y los historiadores han querido ver en su dilatada trayectoria han ayudado más a la clasificación que al análisis y a la interpretación de su obra. Abandonando el uso tradicional de la materia como sujeto para obtener variedad y significado, Picasso la redujo gradualmente a un puñado de motivos estandarizados y usó un amplio abanico de diferentes estilos como principales medios para comunicar ideas y sentimientos. En definitiva, en Picasso, estilo es significado; su proteica y cambiante naturaleza encontró su expresión en la variedad estilística y en la constante experimentación.
A largo de su extenso ensayo, Josep Palau Fabre va desgranando las claves de un periodo (1927-1939) y de un artista plenamente consciente de la complejidad de su tiempo y de la atemporalidad del verdadero arte: «Repetidamente se me pregunta acerca de la evolución de mi pintura. Para mí no hay pasado y futuro en el arte. Si una obra de arte no puede vivir siempre en el presente, no debe ser considerada como tal. El arte de los griegos, de los egipcios, de los grandes pintores que vivieron en otros tiempos, no es un arte del pasado, quizás está más vivo hoy de lo que estuvo nunca».