Nunca supe dibujar. Es una tara que tengo. Seguramente por eso hago collages.
Empecé a cortar y a pegar papeles en los años setenta, en la época en que trabajaba en el diario Pueblo, publicaba libros de conversaciones con pintoresy alumbraba poemas de escaso fuste que reuní en dos poemarios: Voilà, librillo fantasma del que no se acuerda más que Juan Manuel Bonet, y En el grabado, que publicó Visor en 1979 y cuya portada es lo mejor: un detalle -un recorte- de un cuadro de Georges de La Tour que yo elegí.
Recortaba y pegaba por puro entretenimiento, a ratos perezosos. Componía abstracciones, geometrías, poemillas visuales, mimetismos de Dadá y cosas por el estilo. Cada vez que terminaba un collage, si no me gustaba lo rompía, razón por la cual no consevé ninguno, a excepción de uno en el que se podían leer las letras del nombre de una señorita a la que se lo regalé.