Como decía D’Israeli, la política es el «arte de gobernar a la humanidad mediante el engaño». En efecto, el espacio de lo político se ha visto siempre como una esfera especialmente propicia para la mendacidad, la hipocresía y la simulación. Y, sin embargo, los políticos de hoy apenas necesitan recurrir a la mentira. ¿Para qué hacerlo si es posible engañar por otros medios? Entre éstos el más eficaz es la construcción de la realidad a la medida de sus intereses. Han adquirido auténtica maestría en el arte del enmascaramiento detrás de marcos, narrativas u otros instrumentos dirigidos a manipular la percepción del mundo. Sobre todo en unos momentos en los que necesitan encubrir su impotencia frente a los dictados de la economía detrás de todo tipo de estratagemas. Su objetivo es convencernos de que son algo más que meros gestores de un sistema económico sobre el que han perdido toda capacidad de iniciativa, impedir que veamos que la democracia ha devenido ya casi en un mero simulacro, y reafirmarnos en la idea de que ellos «importan». Los ciudadanos, ante un mundo huérfano ya de una realidad objetiva que sirva de referente común frente al cual contrastar nuestras opiniones, y en ausencia de eficaces medios de argumentación pública, nos mostramos encantados ante la posibilidad de pronunciarnos libérrimamente sobre casi todo. El camino queda expedito para que podamos construir «a pesar de los hechos», como parte de nuestra «libertad».