Podéis robármelo todo:
las ideas, las palabras, las imágenes,
y también las metáforas, los temas, los
motivos,
los símbolos, y la primacía
en los dolores sufridos de una lengua nueva,
en el entendimiento de otros, en la valentía
de combatir, juzgar, de penetrar
en asuntos de amor para los que estáis castrados.
Y podéis también no citarme,
suprimirme, ignorarme, aclamar incluso
a otros ladrones más felices.
No me importa: el castigo
será terrible. No sólo cuando
vuestros nietos no sepan ya quiénes fuisteis
y sepan más de mí
de lo que vosotros fingís que no sabéis;
todo, todo cuanto laboriosamente robáis
reverterá en mi nombre. Y será mío,
tenido por mío, contado como mío,
incluso lo poco y miserable
que por vosotros mismos, sin robar, hayáis hecho.
Nada tendréis, nada de nada: ni siquiera huesos,
pues un esqueleto de los vuestros será buscado
para pasar por mío. Para que otros ladrones,
iguales a vosotros, de rodillas, le pongan flores
en el túmulo.
«Camões se dirige a sus contemporáneos», Jorge de Sena.